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Zero

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Hubo en mi opinión dos cosas que estallaron en el universo de Zero en su último concierto en el marco del festival Farinato Rock.

Por una parte su historia como banda que, no nos engañemos, si hubiera continuado por la senda que llevaba no tenía futuro y la otra la más importante y que la complementa, el renacer de un grupo nuevo que, esto es crucial, no tiene absolutamente nada que ver con el anterior a tenor de lo visto allí.

Ya podrán imaginarse la importancia capital de la salida del nuevo álbum de los tipos.

Grabado en el Ovni Estudio de Pablo Martínez (el tío de Desakato les recuerdo) y compuesto de cinco temas, “Luz” es sobre todo la confirmación de la sacudida que experimentaron quienes estuvieron ese día y vieron lo que ocurrió encima del escenario.

Y no es solo que en el disco hayan abrazado sin tapujos y sin remordimientos (¿por qué habrían de tenerlos?) la parte del Metal que se junta al Hardcore y (atención a esto) al Screamo, el consabido Metalcore, a base de breakdowns infinitos, dobles voces, estallidos brutales y coros épicos juntándolos con las letras más crípticas (y ya de paso, las mejores) que han escrito.

Es que además lo han hecho bien.

Y sería muy fácil para el que suscribe, para cualquiera en realidad, citar de memoria la lista de bandas que suscita al darle al play  y ponerlo a andar (incluso en orden alfabético si quieren: de Asking Alexandria y Avenged Sevenfold a Trivium pasando por los omnipresentes B.M.T.H. y todos los que piensen).

Pero es que hay mucho más.

Verán:

Cuando empieza el piano de “Bajo la Piel” y esa doble sentencia, “Sentiré el más puro dolor… Contendré el más frío aliento” te golpea en la, probablemente, una de las mejores canciones del metraje y esa base que apuntala Víctor Iglesias con su bajo que inevitablemente lleva a un servidor a Jeanne Sagan en su etapa con All That Remains pierdes el miedo, la entrada de la homónima con un Felipe Sánchez en estado de gracia absoluto en todo el disco (¿saben ese tío de gafas de atrás?, resulta que es un batería demoledor y nadie parecíamos saberlo), un Diego Hernández en la voz que cumple un trabajo casi perfecto a lo largo de todo el minutaje (fíjense en la versatilidad de su hacer en la propia “Luz” ó en “Solo”), la parte, esto es de nota amigos, narrada de “Catedrales” que les emparenta con los mismísimos Living For a Poo Poo, las afiladas guitarras de Ángel Roberto completando a los coros épicos y a la letra de auto ayuda en “Vosotros”  y mil cosas más, son solo matices de un disco que chorrea a puñados sanación.

Para los que lo escuchan, es cierto.

Pero sobre todo para ellos.

La pregunta, que habría pasado si hubieran grabado diez temas con ese nivel, sale casi sola.

 

 

Paco Jiménez
El Rock n Roll es más grande que la vida

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