Música

Way Out West 2025: catarsis musical en Gotemburgo

1

catarsis

1. f. Purificación, liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda.

Empiezo mi catarsis musical enchufándome a Fontaines D.C. La banda irlandesa llegaba presumiendo de la obra maestra de “Romance”, su aclamado cuarto álbum lanzado el año pasado. Yo venía con la curiosidad de si ese sonido de tan único, tan lleno de matices que sutilmente dejan atrás el postpunk y se acercan al shoegaze, se podría defender en un escenario principal (al final, el directo es lo que cuenta). Y vaya si se puede. Disfruté de una cruda energía y un sonido de rock contemporáneo que logró acariciar mi alma. Estamos hablando de una banda que está en su momento más espléndido. Fontaines suena contundente, honesta y, sobre todo, furiosa con la actualidad y con los problemas del mundo (increíblemente vocal con el genocidio en Palestina). Grian Chatten, el frontman que eres. Cómo te mueves entre la rabia y la vulnerabilidad. Oírte hablar de alienación, amor y, ojo, realidad, consigue que me caiga alguna lágrima. El concierto fue un derroche de energía, pero el momento cumbre, el que más nos (me) puso la piel de gallina, fue cuando dedicaron su «Favorite» a la banda Kneecap.

Foto: Timothy Gottlieb

El duo de Bicep tomó notas cuando Aristóteles dijo que el alma no podría jamás pensar sin una imagen. Lo que trajeron a WOW fue un absoluto espectáculo visual. Una coreografía multimedia medida al milímetro, donde la sobriedad del dúo se compensó con un despliegue de luces y visuales perfectamente coreografiado. Hits como «Atlas» o «Glue» resonaron con fuerza.

Foto: Joel Eliasson

Acabábamos la primera jornada con Kite. Este dúo sueco trae el sonido pop de los 80 a un terreno experimental y moderno. La propuesta es imperdible: sintetizadores nostálgicos y melodías atrapadoras. La ejecución musical fue impecable («Dance Again» sonó a himno). Sin embargo, algo en la puesta en escena no terminó de convencer. Noté cierta dificultad para presentar una producción tan compleja y teatral en un set de festival. La coreografía de la producción se perdía según avanzaba el setlist. Se agradece el esfuerzo, pero permítanme dudar si fue buena idea tirar por el lado maximalista.

Foto: Pao Duell

Empezamos el segundo día con el que para muchos fue el mejor set del festival: Little Simz. Su sonido fluye con gracia y perfección entre el rap, reggae y synth-rock. Sus letras son profundas y muy difíciles. Su presencia es titánica. Verla tan segura y dueña de su proyecto, con el alma en el nuevo álbum LOTUS, fue una verdadera maravilla. Imagino el orgullo y seguridad que debe ser presentarse a cualquier escenario con un álbum así debajo del brazo. Los invitados, Yukimi y Obongjayar, tuvieron una brillantísima presencia que hizo este concierto aún más especial. Como decía, muchos lo consideran el mejor bolo del festival. Y no es para menos.

Me enchufo a Mk.gee, el tipo que hace de un sonido roto y algo sucio, algo celestial. Nunca una guitarra tan distorsionada ha sonado tan bien y reconocible (con permiso de Alex G). Mk.gee domina los pitch-shifts, arrastrando y manipulando tonos con maestría y capricho. Un estilo que también lleva a su trabajo como productor y hace que cualquier pieza que toca sus manos tenga un sello extremadamente reconocible. Mike Gordon, se sube al escenario sin querer llamar la atención, pero él sabe lo que hace (yea, he knows he´s cool). Él es como su música: ligeramente desganado y misterioso. Es como escuchar la radio en un coche viejo, con canciones de una cinta de casette cubierta de polvo grabada en un sótano. Suena a soft rock de los 80. Pero también suena a pop experimental o incluso R&B. Todo el mundo grita cuando mete el riff espacial de «ROCKMAN”. Valeria, te entiendo tanto…

Foto: Micke Sandström

Salgo de Mk.Gee antes de tiempo para escuchar a Khruangbin, la banda de los flequillos y los colores pastel. Tienen una estética tan cuidada que parece firmada por Wes Anderson. Khruangbin es hipnosis, bucles y surf-rock (amo esta palabra). Su sonido es un género en sí mismo (es difícil no reconocer una de sus canciones a los pocos segundos). La complicidad del bajo de Laura Lee fundiéndose con las guitarras de Mark Speer me transportaron suavemente a una gasolinera de Texas en los 90.

El cierre (tan solo un par de conciertos más) del tour «brat» de Charli XCX no se sintió como un adiós, sino como la culminación de la tremenda victoria cultural que ha sido esta era. Charli trae una puesta en escena brutalista pero extremadamente minimalista. Una propuesta visual con parecidos sospechosos al Motomami tour de Rosalía. Solitaria pero multitudinaria. La multitud en verde lima, envuelta constantemente en una atmósfera catártica intentando recuperar el aliento en un show cronometrado al segundo. Empiezo a dejarme la voz con «Von Dutch» y no negaré alguna lágrima instrospectiva con «I Might Say Something Stupid”. Algo está claro: Charli es la única y auténtica arquitecta de su caos. La reina de la anti-estética. El setlist rindió tributo a su legado con «Vroom Vroom», recordando sus raíces hyperpop, antes de acabar con un inevitable «I Love It»  y un emocionante y vulnerable “Track 10”. El mensaje final en pantalla sentenciaba: «brat summer wasn’t just a summer thing. It’s a forever thing», sellando el fin de la gira. Now what, Charli?

Foto: Henry Redcliffe

El paso de Lola Young por WOW demostró que su fuerza reside en la brutalidad honesta de su voz. Lola preside el rasgo de la nueva anti-popstar que triunfa por su falta de artificio. Nos presentó un setlist contundente centrado en su álbum debut pero con los nuevos singles de su nueva era («d£aler» y «One Thing»). Un viaje por sus emociones y registros: desde su furia rock en  «Wish You Were Dead» hasta la vulnerabilidad del piano en «You Noticed”. Lola intentó balancear una escasa ambición visual en el escenario con su icónic presencia carismática y errática. El cierre con el himno «Messy» fue una gran catarsis colectiva.

Foto: Pao Duell

No me perdí al menos un par de temas de PinkPantheress y su sonido ultraviral. Esa mezcla de pop, drum and bass y una estética Y2K con alma extremadamente actual es imperdible (!).  En el otro lado de Slottskogen, las leyendas Pet Shop Boys demostraron que su status es inmortal. Su show sigue siendo icónico, y con temas legendarios como “Heart” o “West End Girls” nos hicieron disfrutar como si estuviéramos en los 80. Dicen que la elegancia no pasa de moda.

El festival cerró con el fenómeno Chappell Roan. Buf.

La ascensión imparable de Chappell Roan ha convertido el concierto de su álbum debut, The Rise and Fall of a Midwest Princess, en un fenómeno. Chappell demuestra con soltura y mucha confianza que el camp es la nueva corona de la autenticidad pop. Y esto ya lo sabíamos desde que apareció en una escena musical gentrificada como una princesa-mosquetera gótica. No muchos artistas saben hacer un doble despliegue: una potencia vocal inaudita a la vez que una vulnerabilidad a flor de piel que le permite confesar su propia inseguridad sin perder un ápice de glamour. La ceremonia del público, vestido con sus mejores galas de purpurina y sombreros cowboy, fue total, con canciones como «Femininomenon» y «Hot To Go!» convertidas en himnos coreografiados. Chappell brilló especialmente en los momentos de vulnerabilidad, como en la balada «California», o la demoledora cover de «Barracuda» (confirmando que la artista no solo ha conquistado a la nueva generación, sino que se ha ganado el respeto de la realeza del rock).

Foto: Jennie Sjölund

Hasta el año que viene, Gotemburgo.

Jorge Vicente
Especializado en comunicación y diseño, Jorge escribe sobre tecnología, cultura y música.

1 Comentario

  1. love !!!!! 🩵

Deje su respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *