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Crónica de «El Altar del Holocausto»

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Parece a mi entender haber calado hoy en día, como una de las consecuencias de la pandemia, una especie de doble tendencia a la hora de encarar el público en general la asistencia a un concierto.

Por una parte, hay evidentes y justificadas ganas de ver y vivir música en directo como antes, agarrándose al clavo ardiendo y difícil para que negarlo de la necesaria convivencia con la normativa sanitaria que deben regirlos hoy y que, esto es indiscutible, debe permanecer siempre. Pero, por otro lado, el miedo que encoje y estigmatiza la presencia en actos que conlleven concurrencias masivas impone que mucho personal se lo piense dos veces o directamente deseche el acudir.

A la espera de lo que pueda venir con los próximos ensayos, el complicado equilibrio entre ambas puede ser la diferencia que marque el éxito o no de casi cualquier evento que se haga en estos tiempos.

Cuando me planto en uno de los recintos estrella de la nueva normalidad, no hará falta que les enumere la cantidad de artistas que hemos tenido allí últimamente, y miro al enorme enjambre de butacas que lo pueblan, me maravillo de lo que quien protagoniza la noche ha conseguido. Y no es tanto el heroico cuasi sold-out a cara de perro que han conquistado sin ayuda de prácticamente nadie mas que el boca a boca y su propio esfuerzo (ay los medios de la ciudad, que ignoran incomodos, o directamente pasan de puntillas por lo que no entienden  y se les escapa de la paleta), como constatar el inaudito entusiasmo  y la vuelta a los conciertos de muchas personas que antes poblaban habitualmente las noches de directo de la urbe y  ahora ya no, para responder a la llamada de un grupo fuera de cualquier circuito comercial al uso .

Y tampoco será necesario glosar el hecho, evidente y clarísimo, de que el crecimiento de la banda ha sido exponencial desde la última vez que pararon aquí (en Camelot, hace un par de años). El caramelo, y su efecto dominó, era irresistible por supuesto.

Me refiero claro a la presentación de “Trinidad”, el último registro discográfico del grupo que, dejando a un lado un análisis mas profundo al que les emplazo en otro momento,  sin ninguna duda contiene algunas de las partes mas importantes e inspiradas de una discografía que, como ya señalé en su momento, empieza a ser de obligada escucha para entender la evolución patria de un estilo, el Post Instrumental, que tal vez ya se les quede corto para intentar aglutinar todo lo que ese álbum ha puesto en jaque.

Poseedores de una presencia escénica imponente, la imagen cuando salen a un escenario a pesar de haber visto antes su directo es impactante, y con el autoimpuesto hermetismo absoluto que rodea a la banda (poco o casi nada se sabe sobre quien forma el cuarteto y lo mas chocante en estos tiempos es que eso parece respetarse a rajatabla), desde que arrancaron con “Caridad” y el enorme engranaje de la producción gigantesca que les acompañaba se puso en marcha, ya se veía que aquello iba a ser muy importante.

Que se decidieran por ese tema precisamente para abrir la noche (lleno de estratos, recovecos, sonoridades ambientales y ensoñadoras atmosferas es cierto, pero también pleno de guitarras poderosas y una base rítmica de ataque) poniendo sin tapujos el nuevo cancionero encima de la mesa, ya dejaba importantes pistas de por donde iban a ir los tiros. Porque, y esto es lo mas importante, todo el ultimo material lució como si llevara años en un set-list generoso para lo que acostumbran y que, no se equivoquen, estaba medido al milímetro.

Y es que de ahí al final fue una noche de calmas tensas, de espacios infinitos surcados por guitarras afiladas, de toques de oración y recogimiento antes de estallidos abruptos, de silencios hirientes y de tormentas que ya sabíamos que nos iban a detonar encima. Fue una noche llena de detalles inmensos que volvió a destapar lo importantísimas que son las individualidades del combo (el enorme peso especifico de Reaper Model en la batería llevando y marcando el show, las guitarras de Weasel Joe y Reverb Myles espectaculares y afiladas, es cierto, pero también capaces de trasmitir melancolía y ensoñadoras añoranzas, y el tremendo bajo agitador y cercano al personal de Sky Bite) y, lo principal, fue una noche en definitiva de confirmación del enorme potencial que atesoran y que o mucho me equivoco o les va a poner en la cresta de la ola en los próximos años venideros.

Encajaron todo el nuevo lanzamiento, “Esperanza” y su inicio sincopado y jazzístico en medio del bolo y “Fe” para cerrarlo, con matemática prestancia, convirtieron en una experiencia liberadora escuchar “Crvcis” en un sitio tan mastodóntico, se mojaron con la cultura (con un sorprendente si, pero necesario speech)  dejando claro que es segura y que no debemos abandonarla nunca antes de acometer “El que es bueno…” y volvieron a emocionar desde el inolvidable riff rascante que inicia esa barbaridad que es “Lucas I, 26-38” parando de paso en todos las  grabaciones que han hecho. Y todo ello con el obligatorio, pero incómodo y duro, protocolo de tener al publico lejísimos y no poder sentir el calor y respaldo que emanan, y que se torna es una tragedia para cualquiera que vaya a ver un directo, bien esté arriba o abajo.

Fue una noche para la historia, es verdad.

Pero con esa banda ya contábamos con ello.

Paco Jiménez
El Rock n Roll es más grande que la vida

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