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Ah, John García.

Si le hubieran dicho a este tío que la banda que creó en 1987 con sus colegas Brant Chris y Josh iba a ser tan influyente en la historia del Rock de los años venideros, no pienso, ni por el forro vamos, que lo creyera. Y sería faltar a la verdad, y además injusto, si solo apuntáramos a la cuenta de los de Palm Desert lo que pasó en la noche. Hubo mucho mas.

 

Tenia el que suscribe ganas con pedigrí, hacia años desde el 2018 que no habían vuelto a tocar juntos, por ver la traslación del flamante nuevo álbum del combo (el correctísimo “Shave The Drama Fo´Yo´Mama”) al directo y cuando me enchufé en una, no lo mereció amigos, desangelada y casi vacía Sala B, y aquello arrancó rememoré el bucle temporal en el que el protagonista ha desarrollado casi toda su carrera en solitario y que si, tiene a Kyuss (ahorrémonos el bochorno de preguntarnos cuantos de los que estaban allí les conocían) en el punto de mira es cierto, pero que, a eso iba con lo de antes, admite otras lecturas por la indiscutible calidad que atesora.

 

Solo había que escuchar el riff grasiento y pegajoso que iniciaba “Lacayus” cuando abrían, para ver que la mirada de reojo al Seattle de los 90´s sería un constante toda la noche y que además lo sería en buena ley. Con un formato de power (esto nunca esto ha tenido mas sentido) trio, se pulieron sin seguir el orden de principio a fin el disco, y llenaron el sitio de sonidos ásperos, gargantas crudas y permanentes cambios de ritmo. La musculosa“Back on Track” a dos velocidades con la guitarra presidiendo, eso fue una constante, y las voces medidas, el devenir que Alice In Chains marcó se vio en una inmensa “Human Parking Lot” con unos coros livianos y acertadísimos, la oscuridad de Lanegan en un día sin opiáceos parecía arreciar cuando atacaron “Falling Leaves” que voló etérea ó “Suave New Stranger” galopando a intervalos.

 

Y luego está “The Story Of Paul Winchel”. En una ocasión alguien comentó que no le importaría quedarse sordo (¿…?) si la ultima canción que oía era “Hunger Strike”. No es casualidad que Temple of The Dog, no hará falta que les cuente quien estaba en esa banda, salgan aquí por que, salvando las distancias obviamente, el arranque y traslación de esta fueron pura magia, que recordaba en momentos concretos al celebérrimo tema con sus arranques de furia y pausas contenidas antes de mutar. Por que esa es otra.

 

La calidad de la banda es tal que hacen que lo difícil parezca asequible para cualquiera, y que incluso el protagonista parezca la parte mas endeble en comparación con una de las bases rítmicas mas poderosas y espectaculares vistas últimamente. Nate Johnson y su bajo inmenso (una gozada verle clavar la homónima) sin estridencias ni tonterías y sus contados ayudados en forma de coros, y Darío Dagomsa en la batería que de forma seca y contundente lleva el peso de todo el bolo (el cambio mas punk del final de “Vivumencimaumkebab” fue magistral) y cuando “Pandemia” (con Soundgarden a ratos sobrevolando el escenario) acaba todo, lo refrenda.

 

Diez canciones en una hora o así, me sobraron los tediosos parones entre temas que no entiendo y que parten el ritmo del concierto, y que me hacen ansiar verlos en un escenario/no escenario a pie de la gente, con el sudor y el calor salpicando encima de la banda mientras empalman las canciones. Ojalá nos dejen vivirlo antes de otros cinco años. Aún así, que suerte haber podido verlos.

Paco Jiménez
El Rock n Roll es más grande que la vida

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